La quebradiza cuerda,
a la que nos sujetamos como a la vida,
sostiene con firmeza un elefante herido
que no sabe, ni sabrá, como llegó ahí;
y con las manos desgarradas soportamos
aquel despreciable e incesante llanto
que el dolor sabe producir en la criatura.

Ya es muy tarde, no hay vuelta atrás,
¿no será el regalo de algún dios envidioso?
¿por qué no sólo taparse los oídos y caminar?
La resistencia a la que nos acostumbramos,
abraza nuestra tristeza y nos ciega lentamente
Sólo espero algún día llegar a creer
que si seguimos aquí, es por culpa de la cuerda.